Le dije -hagamos lo de siempre, abro otra de tinto y que se nos una Delilah-
Al caer la aguja de la tornamesa sobre el acetato, alcancé a oír ese particular sonido que hacía su falda de lana al deslizarse hacia abajo sobre sus medias de seda…
Nunca más supe de ella, hoy, algunos años después, no recuerdo que fue lo que sucedió, en mi mente y en mi paladar vaga como fantasma ese rancio sabor del Chianti Riserva di Castello di Monsanto que no he vuelto a probar.
Las notas de Delilah me alcanzan desde la trompeta de Clifford Brown cada noche de jueves y me acompañan por las solitarias y obscuras calles de esta húmeda e inhóspita ciudad…