Marie siempre andaba fastidiándolo por su afición a las carreras, y eso que sólo iba dos o tres veces por semana. Había vendido la empresa y se había retirado del negocio de la construcción. La verdad es que no tenía otra cosa que hacer.
El cuarto caballo parecía prometedor a seis-a-uno, pero quedaban aún dieciocho minutos para apostar. Notó que le tiraban de la manga.
– Perdone, caballero, pero he perdido en las dos primeras carreras. Lo vi cobrar sus apuestas. Parece usted un tipo que sabe lo que hace. ¿Qué caballo le parece el mejor en esta carrera?
Era una rubia de unos veinticuatro años, esbelta de caderas y con pechos desmesurados; largas piernas y una nariz muy linda, respingona. Boca como un capullito de rosa. Llevaba un vestido azul claro y zapatos blancos de tacón alto. Sus ojos azules lo miraban.
– Bueno —dijo Ted sonriendo—, yo suelo apostar al ganador.
– Yo estoy acostumbrada a apostar a los purasangres —dijo la rubia—. ¡Pero esas carreras de un cuarto son tan rápidas!
Engañar a Marie
[Fragmento]
Charles Bukowski






