Todos poseemos uno, algunos con las huellas del tiempo, otros tersos, grandes, delgados, con mayor volumen, con vello o lampiños, cada uno tiene el suyo, no importa la religión o la nacionalidad, la edad o la personalidad, cada uno lo poseemos y lo utilizamos para expresarnos y aún así, con la conciencia de tener como cada quien, lo escondemos. Desde pequeños nos enseñaron que no debemos permitir que alguien lo vea, aprendimos que era nuestra mayor vergüenza y que además quedaba prohibido husmear el de los otros, una falta de respeto absoluta. Una falta total de libertad.
Es la primera libertad que perdemos, juzgada por las leyes sociales y civiles, si lo exhibimos corremos el riesgo de que se sentencie con el cuestionable nombre de faltas a la moral, nacemos inmorales y morimos indignos, otros indignados…
Fotografías que pretenden con ingenua intención quitarle prejuicios a la desnudez para aceptar nuestro cuerpo como es, reconocerlo tal cual y así estar mejor con él, con nosotros mismos.
Desnudos comunes, de personas con las que físicamente nos podríamos identificar, no con modelos profesionales con una estética presuntuosa y artificial, y sin embargo están llenos de belleza, generan sensaciones que atrapan nuestros sentidos y despiertan la evocación.
Las máscaras logran el anonimato para así, ayudar al cuerpo a expresar aquello que guarda en su interior, siempre resguardando la identidad, alejándolo de toda carga erótica y con algo de sensualidad, para dar paso a la belleza más profunda del ser.